De adversarias a agentes de la reconciliación: las mujeres realistas en la guerra a muerte chilena.
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Abstract
Antes de la madrugada del 24 de septiembre de 1818, treinta y tres monjas trinitarias salieron de los claustros de su monasterio a las calles —todavía a oscuras— de Concepción, Chile, para unirse al éxodo realista que el coronel español Juan Francisco Sánchez dirigía al sur con la intención de refugiarse entre sus aliados indígenas. Mucho después, Sor Juana María de San José recordaría aquel dolor sufrido que, en sus palabras, fue “tan grande, que solo puede tener comparación con el del momento de la separación del alma del cuerpo” (1914, p. 154). Isaac Foster Coffin, un comerciante norteamericano que cayó cautivo cuando la nave en que viajaba fue embargada por los españoles, notó que la noticia de la salida de las monjas cayó “como un golpe eléctrico produciendo más alarma que el temblor que arruinó la antigua capital” (1898, p. 143). Forzado a seguir la misma emigración hizo varias observaciones en su diario sobre “estas desamparadas y desgraciadas monjas” que después de muchos años en que “no habían divisado más que las paredes de su convento”, de repente se encontraron “rodeadas por marineros y
soldados”. Algunas, relató, “abrumadas por penalidades positivas y terrores imaginarios, enfermaron, llegando al lugar de su destino a tiempo solo de ser enterradas” (Coffin, 1898, p. 196). En las cartas escritas durante los cuatro años de su peregrinación, las trinitarias lamentaron las condiciones duras. “Evenido en medio de hun Egercito,” escribió una desde un rancho remoto, “sercado de Enemigos pasando Cordilleras, y riscos hunas Veces en las ancas otras a pie…
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- Parte de Libro [163]