La representación política
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Date
2020-08Author
Losada, Rodrigo
Rivas, Jóse
xmlui.dri2xhtml.METS-1.0.item-doi
https://doi.org/10.22518/book/9789585511972/ch02
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Abstract
Desde el nacimiento del gobierno representativo en los siglos XVII y XVIII, la representación política ha estado estrechamente ligada a la democracia. El Parlamento inglés creado en el siglo XIII fue el primer órgano representativo, aunque no democrático, de la historia (Maddicott, 2010). Sin embargo, se podría decir que ya a finales del siglo XVI comenzaron a celebrarse en Inglaterra las primeras elecciones libres tras un acuerdo entre el Parlamento y los aspirantes a la Corona; en este momento surgen los primeros equipos de campaña o comités electorales que son el germen de los partidos políticos y nace la representación política.
Todas las democracias modernas son, en la práctica, democracias representativas, es decir, cuentan con instituciones, como el parlamento, el sistema electoral o los partidos políticos, ausentes en las democracias antiguas, sin las cuáles la Ciencia Política contemporánea no las llamaría democracias. Pero, ¿qué es la representación política? ¿Hay distintas concepciones de la
representación? ¿Cuáles son los principales enfoques teóricos en el estudio de la representación? ¿Cómo es la relación entre democracia y representación?
¿A qué nos referimos cuándo hablamos de crisis de representación? El objetivo de este capítulo es proporcionar al lector unos lineamientos
generales sobre la representación política a través de los cuáles sea capaz de responder a todas estas cuestiones. Para ello, primero se realiza una revisión
de la literatura sobre este concepto, poniendo énfasis en su origen histórico y en los distintos enfoques teóricos en el estudio de la representación; a continuación,
se profundiza en la compleja relación entre representación y democracia; más adelante, a través del estudio de los casos de Chile y España, se aborda la crisis de representación que experimentan las democracias actuales y que está vinculada, en buena medida, con la crisis de los partidos políticos; por último, siguiendo las opiniones mayoritarias de la disciplina, se plantean unas
reflexiones finales en las que se aboga por el fortalecimiento de los partidos con el argumento de que estos llevan a cabo dos funciones esenciales para el buen
funcionamiento de la democracia representativa: de articulación de intereses y demandas sociales, ya que ejercen de intermediarios entre la ciudadanía y
las instituciones políticas; y de salvaguardia del régimen democrático, porque generalmente actúan como un filtro que complica la llegada de candidaturas
antidemocráticas a la competencia electoral. Cabe advertir no obstante que en los últimos treinta años algunos autores (Cohen y Sabel, 1997; Wolff, 1998; Elster, 2001; MacPherson, 2003) han cuestionado este punto de vista
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